Soy medio italiana

Soy medio italiana. No por mi habilidad especial para hacer pasta. No porque mi padrino tenga voz ronca. No porque me haya dado por ver películas de Fellini, beber limoncello, leer a Dante o bailar tarantela.

No, nada de eso. Me he dado cuenta de mis orígenes gracias a mi reloj Fitbit. El reloj este que te cuenta los pasos y que con una aplicación en el móvil te mide un montón de cosas: lo que duermes, puedes contabilizar lo que comes, los kilómetros que andas, si haces ejercicio, tiene cronómetro… ¡Una pasada!

Yo tengo como objetivo 10.000 pasos diarios, y dar 250 pasos a la hora en las horas centrales del día.

De vez en cuando, si mi reloj detecta que puedo conseguir algún objetivo, me manda una alerta (el reloj vibra) y en la pantalla aparece esta imagen:

218 PASOS

Y bueno… no sé si podéis apreciar que de la rueda que rodea al muñeco, le falta un buen tramo, pero anima ver que sólo tienes que dar quince o veinte paseos al baño en la próxima hora, para lograr el objetivo. El reloj este es un motivetis.

Todavía es mejor cuando cree que te puedes acercar al objetivo de los 10.000 pasos del día. En el móvil aparece un mensaje como este:

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Me encanta el «¡Ya casi estás!» porque te olvidas del número que viene detrás (que por cierto es de cuatro cifras, ¡ahí es nada!). Pero a lo mejor son las 21:00 horas cuando te lo dice y estás en el sofá tirada y 2.225 pasos es equivalente a subir al Everest.

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Sin embargo, y aquí viene mi teoría del gen italiano, suelo alcanzar el objetivo. Sin moverme de mi silla en la oficina, llego a conseguir 250 pasos a la hora. Casi todos los días alcanzo los 10.000 pasos establecidos, y me he dado cuenta de que es porque muevo los brazos al hablar como una auténtica «donna italiana«. Claro, engaño al reloj como una bellaca, muevo el brazo y cuenta los pasos como si estuviese andando, y a lo largo del día me he dado cuenta de que gesticulo mucho al hablar y el reloj se cree que me hago unas caminatas de flipar.

El smartwatch, no es tan smart como su nombre indica, porque le engaño todos los días: cuando voy en las escaleras mecánicas, por ejemplo. Vamos, que de los supuestos 10.000 pasos que doy al día si descontamos los de mi habla en plan «la mia mamma» y otros truqitos, se queda en escasos 5.000.

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Pero tengo que decir, que aún así estoy muy orgullosa de mis pasos, la verdad es que me muevo lo que puedo y me gusta leer ese ¡Lo has clavado! Me vengo tan arriba que pienso para mis adentros: «¡Eco!, e quando arrivo a casa…» (en italiano, como no puede ser de otra manera).

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